Para soñadores que no se avergüenzan en profundizar en su propio interior y dejan emerger sus sueños a través de las palabras. Para navegantes sin brújula que aún siguen guiándose por las estrellas porque prefieren la sorpresa del soñador que la certeza de lo calibrado. Para quienes van mas allá, y ven y escuchan y siguen sintiendo... Para ti que lo encontraste.

domingo, 10 de febrero de 2008

Caramelos amargos para niñas perdidas

Caramelos amargos para niñas perdidas

Un nombre, una imagen volvió a mi cabeza. Volví a aislarme, me introduje en ese mundo impenetrable del que sólo yo tengo la llave de su entrada. Me volví a introducir en la cripta de mi sueño y deseé morir para vivir para siempre en mi otra realidad. En torno a mí, sirenas, bocinazos, pocas palabras, resonaban en mis oídos sordos. Ante mí, me ahogaba, ante el fuerte olor a gasolina y perfumes baratos. Nadie se percató de mi existencia.

Me encontraba sentada en el bordillo de la acera. Mis piernas en la calzada esperaban ser recogidas por algún camión a toda velocidad. Fumaba para dejar pasar el tiempo, esperando a no sé quién, o si sé, pero no existe. Mis ojos miraban ciegamente al infinito y mi rostro se volvió impenetrable. Nadie podía derruir las murallas que encerraban mi realidad y el resto. Nadie quiso intentarlo.

Me dispuse a levantarme y en un intento fallido, me desplomé contra el suelo. Mi cuerpo quedó tendido entre la acera y la calzada. Sentí un gran dolor, mientras me desangraba por la boca; me había partido los labios. Esos labios que habían dado tanta vida a corazones inseguros, hasta que sus besos fueron pecaminosos. Me levanté con ayuda de un amable caballero que tras ver mi rostro ensangrentado me ofreció un pedazo de papel. Su generosidad me aterrorizó y corrí velozmente a lo largo de la calle. Mis ojos se cubrieron de lágrimas y con mis manos ensangrentadas intentaba pararlas, no quería que nadie me viera llorar. Una nube de edificios se derrumbaba ante mí, al mismo tiempo que miradas sin nombre me atravesaban. Aturdida, intenté cruzar una gran avenida, pero el aire no quería llegar a mis pulmones, me ahogaba, podía sentir cómo mi corazón intentaba salir de mi propio cuerpo, cuando de pronto un estridente sonido hizo que llegara la oscuridad a mis ojos. Éxtasis, libertad, silencio...

Una vez más me perdí en la noche, dejándome llevar por mis instintos. Quise gritar, pero mi boca estaba muda, mi mente se llenaba de emociones y sentimientos que luchaban por escapar de un cuerpo que ya no tenía alma. La pureza se había desvanecido entre noches sin principio ni final. La pureza había muerto, el alcohol y las drogas se habían encargado de asesinarla.

Imágenes desordenadas recorrían mi mente como fogonazos:- Me vi: una niña con unos grandes ojos azules y un vestido rosa miraba con asombro un tiovivo sin música, con niños muertos galopando en el infinito rodar de la vida. Un payaso deshizo su encanto ofreciéndome un beso. De su beso nació mi llanto. -Volví a verme, adolescente, hermosa, pletórica, junto a alguien que no lograba reconocer, unas manos ásperas apretaban mi cintura mientras me dejaba llevar a no sé dónde, o no quise saber. Recuerdo el dolor del miedo en mi pecho, el amargor del presentimiento, supongo que era más fácil no pensar y seguir flotando en la incertidumbre. Música, luces... invadían algo más que mi mente, esas manos... El alcohol comenzó a mezclarse con mi sangre en un coptel de pasión y sexo. No de amor.-Volví a ver a esa niña de grandes ojos azules y vestido rosa, tocando el piano. -Oscuridad, puedo tocarme los pies, y me siento desnuda entre un flujo cálido que envuelve todo mi cuerpo, la música de un corazón se intercala con mi propia respiración. Me siento bien, muy bien, cuando algo me golpea, lloro, pero estoy sola.

- Fogonazo. Me atrapan, me cuesta respirar, y oigo por primera vez mi voz. Lloro para sentirme viva, puedo hacerlo, oigo con mayor nitidez la música de ese otro corazón y siento la suave piel de mi madre. Siento cómo su amor se desliza sobre mi cuerpo y su calor me atrapa protegiéndome para la eternidad.-Baldosas rotas, sucias por el olvido, y como una más de ellas yo. Fósil de la desesperación por querer ser y no ser nada. Mi sangre ha dejado de darme vida para ser la transmisora de mi propia muerte, de mi destino. Puedo ver cómo la jeringuilla pellizca suavemente mi piel, mientras queda colgando. Es como si la aguja quisiera escapar pero mi propio cuerpo se lo impidiese. Es mi conciencia atrapada en mi cuerpo como esa aguja atrapada en mi piel. -Esas manos. Esos labios, siento miedo, intento huir. -Mi desnudez, yo misma, sin nada que me ensucie, que me impida mostrarme tal y como soy, con esa belleza natural que todo ser humano posee, por el hecho mismo de existir. Me muestro a quien creo amar, mostrándole todo lo que soy. Puedo sentir cómo sus ojos me observan sin cruzarse con los míos, convirtiéndome en tan sólo un cuerpo, ignorando mi mirada, olvidándome. Su acelerada respiración, su sudor, su salado sabor... asesinan mi pureza, me fusionan a su propio cuerpo. Asesino de mi infancia y precursor de mi destino, fiera desgarradora de almas, hombre.

- Oigo una voz familiar, entre llantos de desesperación y de ira, me suplica que vuelva, le ruega a un dios que me perdone por haber amado más a la vida que a mí misma. Siento su piel, cómo sus cálidas lágrimas recorren mi rostro mientras me abraza intentando fundirse en mi propia muerte, como si no quisiera separarse de mí jamás. Es ahora, ella, mi madre, quien está sobre mí, protegiéndome de lo desconocido y lo eterno con su única arma, ella misma. Pero no quiero volver. El castigo de mi pecado ya lo he recibido con mi propia vida, deseo morir, como los ecos de voces que invaden mi subconsciente afirman, estoy entre la vida y la muerte y sólo un dios decidirá mi final. Yo soy mi único dios, creadora de mi propia vida y de mi propia muerte, artífice de mi destino y asesina de otros. He recibido el regalo de la vida, de la muerte, y quiero ser libre y eterna en ella. Ese dios me hizo pagar el tributo de haber nacido, de haber amado, de haberme otorgado... Ese dios me ha premiado por haber sufrido las consecuencias de sus caprichos. La muerte es el paraíso de los vivos y la vida su infierno. No, no quiero volver, quiero seguir viviendo entre la seguridad de los recuerdos del pasado sin que existan las consecuencias del futuro, quiero morir.

- Puedo oler el sabor salado del mar, escuchar el canto de sus olas. Esas manos destapan mis ojos y descubren ante mí su inmensidad y su grandeza. Siento cómo la arena abrasadora impregna mis pies mientras la suave brisa acaricia mi rostro. Me siento feliz.-Me vuelvo a ver niña, en la inquietante y mágica Navidad. Los hermosos cantos, las centelleantes luces, el frío... se entremezclan para crear un ambiente del que brota belleza. Un Papá Noel con ojos tristes: me desvela el secreto escondido entre sus piernas, mientras saboreo el amargo sabor de la vida. Caramelos especiales, para niñas perdidas.-La claridad de la luz matinal ciega mis ojos. Parezco despertar en mi hogar, en mi pequeño pero intenso gran mundo, en mi habitación. El silencio ensordecedor me inquieta y sobresaltada me dirijo a la cocina. A lo largo del pasillo, unos sollozos van golpeando mi alma mientras me voy tropezando con las paredes que rasgan suavemente mi piel. En la fría cocina, los sollozos de mi madre se convierten en gritos ante mi imagen. Fuera de sí, atrapa mis piernas arrastrándose en el suelo, mientras me pregunta el porqué de algo que me nace. Trepando sobre mí, abraza mi escuálida cintura mientras apoyando su rostro sobre mi vientre me dice que me ama, que pare con este infierno que yo he creado y que lo arrasa todo. Sus palabras, al igual que sus lágrimas, me resbalan. Estoy tan inmersa en ese infierno, que ni las saladas lágrimas de mi madre ni sus amargas palabras pueden apagar las llamas de mi infierno, de mi vida. Estaba extasiada con el dulce veneno del cáliz del diablo, prometedor de todo y dador de nada. Seguía soñando en un mundo inexistente que creé para mi misma, para huir del pasado y vivir el presente. El cáliz de Satán que se hizo mi propia sangre me ayudó a seguir creyendo que vivía en el paraíso, cuando en realidad vivía en ultratumba. Cada tarde, cada noche, en su silencio, en mi soledad, volvía a inyectarme para poder olvidar la mañana. La vida me daba miedo, la vida me estaba matando.

- Un susurro del viento me despertó en lo alto de una gran torre. No entiendo lo que quiere decirme, siento cómo me abraza y luego me empuja hacia el vacío, me siento caer lentamente, suavemente, me siento libre. Al fondo, miles de estrellas esperan mi llegada, alegrando con su luz la oscuridad de la noche. Un estruendo me hace volver en mí. Y al abrir los ojos me veo en medio de una autovía, me he desplomado desde una pasarela y los coches han quedado apiñados en mi entorno. Un conductor grita, le oigo, pero no puedo verle, me maldice porque ha podido arrebatarme la vida o porque yo he podido arrebatársela a él. No entiendo el porqué de tanto alboroto, de tantas luces, de tanta gente. Intento moverme, pero no puedo, me siento inmóvil, inútil entre el movimiento y el escándalo. La sangre ha teñido mis cabellos y mi rostro con un color púrpura que recuerda al esbozo de un mal cuadro olvidado. Cierro los ojos y espero, olvido. Prefiero no pensar, prefiero volver a mi mundo. No quiero admitir que el viento me engañó con su abrazo. No quiero reconocer que las estrellas no me esperaban.

- Esas manos. Siento que amo, que sigo amando, que no puedo parar de amar, que me aman. Los días parecen tener otra luz, otro olor. La vida cambia, se vuelve hermosa y tan sólo una palabra, un gesto, se convierten en eternos regalos. Una sonrisa se despierta en mi rostro, sin que yo pueda dominarla, pero cuando el amor me mira a los ojos siento miedo. Porque sé que es cruel y mentiroso, que es fácil disfrazarse de amor y ser lujuria y egoísmo. Y entonces, mi mirada se hace fría, y mi miedo acaba asesinando aquello que acaba de nacer. Cada amor que nace, es un aborto en mí; con la magia de ser engendrado, y el dolor y las secuelas de su asesinato prematuro. Esas manos…

Oigo la voz de un joven, acaricia mi rostro y me besa, pero no sé por qué lo hace. No sé qué siente, no siente, no siento. Pero me besa y vuelve a hacerlo y continúa besándome hasta que de sus labios no nacen más besos. Y llora y me pide que vuelva, que no le deje solo, que la vida no es sino conmigo. Me pide perdón, le oigo, le siento. Sus manos me acarician y oprimiendo mi inerte cuerpo contra el suyo, oigo que está vivo, oigo la música de su corazón, el dulce compás de su respiración. Ahora sé que siente. Ahora siente. Ahora siento. Me vuelve a besar, pero sólo un beso, uno sólo, pero lo dice todo. Empiezo a recordar ese sentimiento, empiezo a recordarle, empiezo a sentir. Algo me empuja a volver, él me empuja a volver. Pero tengo miedo, porque sigo sin saber si volverá a ser un espejismo de mi deseo, de mi lucha, de mi desesperación y mi vida. (La confusión me vuelve a hacer presa de su inseguridad y me arrastra hacia el vacío).

Estoy confundida, no me entiendo. Mis deseos se han perdido entre los opuestos: la vida y la muerte, la eternidad y lo caduco, el paraíso y el infierno. No sé si morir para vivir eternamente en el infierno que yo creé o seguir viviendo y crecer en un nuevo paraíso. Crecer me da miedo, me da miedo volver a nacer, porque sólo yo misma puedo hacer que mi vida sea o deje de ser una muerte eterna.

Aún siguen vivos los fantasmas de mi pasado, soy incapaz de asesinarlos porque viven en mí y me torturan irónicamente. Puedo oír sus carcajadas pletóricas, fruto de mis errores, la música de sus cadenas maltratan mi alma, y la hacen presa de su propio juego. Quisiera poder asesinarlos, pero ya están muertos y viven en la eternidad de mi subconsciente.

Me besan, esos labios, me acarician y vuelvo a sentir, mientras cálidas lágrimas limpian mi rostro, intentando ahogar a mis fantasmas y borrar mi pasado. Empiezo a entender el porqué de la risa de los fantasmas. La risa es el llanto de la locura. Mis fantasmas están locos porque viven presos en mí y su risa es fruto de la desesperación de un alma abandonada. Siento cómo esas lágrimas y ese beso me llenan de vida. Y me empujan a volver a nacer. Antes he de liberar a mis fantasmas de sus cadenas, dejándolos huir de mi mente y liberándolos de su locura. Ahora sé que puedo volver a nacer. Camino en la oscuridad hacia una luz que me deslumbra. Siento miedo mientras que la inseguridad de las grandes decisiones me confunde con hermosas palabras, pero mis ansias de vivir de nuevo me hacen sorda y ciega ante su insensatez. Sigo caminando, ahora, entre una tormenta del desierto donde cada grano de arena traspasa mi piel y ciega mis ojos. Es el sufrimiento de los grandes deseos, de las grandes metas, de los soñados objetivos. Y sigo avanzando entre la tormenta de arena, arrastrándome entre las olas del desierto, pero con un rumbo fijo, la vida. Mis labios empiezan a perder su suavidad y se llenan de aspereza, mi boca ha dejado de alimentar con su savia a mi lengua que se retuerce presa en su interior buscando donde no hay más que arena. Pero mi piel, morada, por haber permanecido perdida demasiado tiempo en la inseguridad de la muerte, se curte por el mismo sol que ciega mis ojos, pero que sin embargo resucita mi piel. Es el sol, el que ilumina el camino de mi vida, donde antes sólo había tinieblas. ¿Es el sol? ¿O será el dios que todas las religiones esperan? ¿Será cierto que existe esa unificación? ¿Será ese dios el que yo veo? ¿El que me hace sufrir pero me da la vida? Quien quiera que seas, me da igual tu nombre. Gracias.

Vuelvo a la calma, y con timidez, abro mis ojos a la esperanza, y puedo ver a quienes derramaron en mí sus lágrimas dadoras de vida, y escuchar la voz de quienes en mi sueño dijeron que me amaban y de cuyos corazones sentí la vida y su amor eterno. Son tan pocos, que me entristezco al recordar a tantas de aquellas personas que pasaron por mi vida, pero que me asesinaron en sus mentes, aquellas personas para las que aún sigo muerta porque no supieron perdonar mis errores...

Me atrapan, me cuesta respirar, y oigo por primera vez mi voz. Lloro para sentirme viva, puedo hacerlo, oigo con más nitidez la música de ese otro corazón y siento la suave piel de mi madre. Siento cómo su amor se desliza sobre mi cuerpo y su calor me atrapa protegiéndome para la eternidad.


23/03/01

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